martes, 30 de julio de 2013

Al maestro Fernando Alonso

Anoche me enteré de que El Maestro Fernando Alonso fundador del Ballet de Cuba junto a su hermano Alberto y Alicia había fallecido un luminoso 27 de julio. No por esperada dejó de consternarme la noticia. Hace un par de años pretendí entrevistarlo y ya no era posible. Cuanto lo lamenté.

Conocí a Fernando. Primero cuando siendo un jovencito visitaba la sede del Ballet Nacional intentando, casi siempre sin lograrlo, enamorar bailarinas de aquella luminosa generación de los setenta y después ya hicimos amistad cuando fundó y dirigió el Ballet de Camagüey. Más tarde nos encontramos con frecuencia en México donde dirigió varias compañías de Ballet y aquí en La Habana. Era todo un caballero y recuerdo el cariño con que trataba a todos. Conmigo siempre fue muy tierno y especial. Fue un Príncipe hasta el final y lo extrañaremos mucho todos aquellos que de alguna manera gozamos de su magisterio y amistad. Estoy triste, muy triste, solo le pido a Dios que las inmensas bailarinas Josefina Méndez y Mirta Plá, mi hermano el primer bailarín Fernando Jones y Alberto que se les adelantaron lo hayan recibido en su ascenso al infinito con la ovación que se merece.

Un pedazo de mi corazón se fue contigo Fernando. Descansa en paz Maestro.


AMAURY PÉREZ / 28 DE JULIO DE 2013 / LA HABANA CUBA


jueves, 25 de julio de 2013

Sobre la canción "Vuela pena"

Voy a compartirles la historia de una canción vinculada con mi madre y a propósito de la foto que han comentado con tanto cariño. El tema se llama “Vuela pena” lo escribí en 1973. Solo tenía 19 años.

Una noche de aquel año me acosté temprano, cosa no usual y en algún momento de la madrugada me levanté a tomar agua. Vi la lampararita de la sala encendida, me asomé y encontré a mi madre acurrucada en un sofá llorando en silencio. Le pregunté que le pasaba y me dijo: Cosas mías Amaurito. Me quedé con ella como cuando era un niño y me dormí sobre sus muslos sin esperar respuestas.

Al otro día escribí la canción y llamé al gran Germán Pinelli maestro y amigo suyo a quien siempre llamé, y llamo, Papá Germán, para preguntarle que había ocurrido. Papá me contó que un funcionario recién llegado al ICRT con un pomposo cargo de Vicepresidente, pondré solo sus iniciales; J.H, la había regañado en público en una asamblea porque como ella tenía programación fija, “Detrás de la fachada” los miércoles y “Amigo y sus amiguitos” los jueves no se sentía obligada a revisar diariamente el casillero donde los guionistas de los programas dejaban sus libretos. El dichoso tipejo le reprochó a gritos: ¡Usted aquí es una trabajadora más, nada la distingue del resto, así que cumpla con su deber! A mi madre nadie JAMÁS le había faltado al respeto. Ella se sintió humillada, pero así y todo se puso de pie y le respondió a punto de abandonar la sala: ¡Mire comemierda cuando usted subió las escaleras de la calle M yo ya estaba aquí, cuando usted las baje yo seguiré aquí! acto seguido desapareció y se fue solita a tomarse angustiada unos tragos al Restaurante El Polinesio.

Ese mismo día en que hablé con Papá hice algo inusual en mi; agarré un bate de beisbol y me fui a la oficina del tal J.H. Por suerte para él no estaba, pero así y todo le di batazos a cada adorno, cada foto, cada mueble, al cristal de su buró, a todo lo que fuera rompible y mucho era.

Ante la mirada aterrada de su secretaria y del resto de los oficinistas que salieron de sus despachos me marché calmado y satisfecho diciendo a voz en cuello: ¡Díganle al enano ese (porque era muy bajito) que tuvo suerte de no estar en su puesto de trabajo porque lo que quería era romperle la cabeza!. Llegué a casa, le canté a Mami el tema y le hice la historia del bateador debutante, entonces sonrió y me dijo bajito: No sé que me gusta más mijo si la canción o el jonronero que ahora tengo en casa, tengo que abrazar al jonronero ahora, a la canción tengo toda mi vida para abrazarla.


AMAURY PÉREZ VIDAL / 24 DE JULIO DE 2013 / LA HABANA CUBA



martes, 16 de julio de 2013

Sobre Celia


A Celia la vi, después de su partida de Cuba, solo una vez. Cuando era niño la tuve muy cerca y muchas veces. Fue a fines del año 1990 o un año después en un estudio de televisión en Barcelona. Se grababa un especial de Navidad y participábamos Charles Aznavour, el grupo Mecano, el tenor José Carreras, Celia y yo. 

Me fui a su camerino, toqué la puerta, abrió su gentil esposo y me identifiqué. Desde adentro una voz poderosa respondió: ¡No puede ser mi amigo Amaury Pérez porque él está muerto! Le dije que era su hijo a lo que ella respondió: ¡Déjalo entonces que pase! Hablamos por tres o cuatro minutos casi en susurros mientras ella se maquillaba y ya casi en la puerta me dijo sentenciosa: ¡Cuando me encuentre con tu padre le diré que te conocí, te lo prometo!

Espero que haya cumplido su promesa y se lo haya dicho.


Amaury Pérez / 16 de Julio de 2013 / La Habana Cuba


viernes, 5 de julio de 2013

Sobre Liuba María Hevia

Debe haber sido a principios de los años noventa cuando nos encontramos por vez primera. Digo debe porque conocer a un ser angelado y, por lo mismo, luminoso, estuvo asociado, por esas peripecias del destino, con la pérdida física de mi padre; suele suceder que el cielo roba y regala a partes iguales, o casi. Sara González y Diana Balboa me habían insistido en que conociera y escuchara a aquella muchacha menuda, compositora de canciones que interconectaban con las mías, en esa inasible y desacostumbrada trama donde los hilos se cosen hasta tejer el tapiz de los sueños compartidos. Aquella tarde me cantó “Si me falta tu sonrisa”, se la hice repetir muchas veces, tal vez por miedo a que la noche se tragara, con sus ecos, el milagro de semejante tema; nadie podía escribir sobre la pérdida del amor con aquella honesta fragilidad y con su edad.

Nos hicimos amigos al instante, sin mediar la maduración de las cotidianidades. La amistad también desata, entre otras sorpresas, la eternidad. Todos estos años no hicieron más que confirmar lo que presagió aquel instante, y darle forma, y volverlo corazón y remitirle alturas. He acompañado a Liuba en todos sus discos, paladeado sus canciones con una voz cada día mas redonda y entera, en sus aventuras y desventuras amorosas, en su humor ingenioso, ácido, a veces corrosivo e irreverente, en sus momentos dolorosos y en sus ausencias, que siempre se convierten en progenitoras de melodías y letras que acarician, cuando no ahogan. Y, claro, también he tenido el privilegio de verla, y sentirla feliz, y cuando eso ocurre, por fortuna con frecuencia, mi alma se encandila, se perfuma el entorno y hace que el mundo, nuestro mundo, gane en bondad, preñando de colores la alegría. Liuba es infinita y a los seres infinitos Dios siempre les regala una nueva oportunidad. El análisis y trascendencia de su obra lírica y musical será mañana objeto de estudio y otros, con más oficio, se encargarán de hacerlo.

Yo, desde mi latitud, pondré junto y sobre ella la admiración profesional y el amor que le tengo, del que ya no quiero, ni puedo, ni debo desprenderme, no vaya a ser que en un descuido, me falte su sonrisa.

Gracias hermanita.

 Amaury Pérez, a los 20 días del mes de febrero de 2012. 


martes, 2 de julio de 2013

Compañero del alma, compañero

Como todos los días amanecí temprano. 

Un correo me decía que Saramago había muerto. Llamé a Rosa Miriam porque la terrible noticia no estaba aún en Cubadebate y me dijo que en minutos “subiría” la nota, le dije que me sentía abatido y colgamos; entonces, con mis alertas menguadas me puse a recordarlo. Nos conocimos personalmente durante su última visita a La Habana. Carmen Rosa Báez, al tanto de mi admiración desaforada e impertinente por la obra del insigne portugués, me dijo que José y Pilar visitarían la UCI (Universidad de Ciencias Informáticas) y que si quería saludarlos debía estar temprano cerca del largo camino que desandarían hasta llegar al magno recinto. Descendieron del coche y nos acercamos. Yo estaba nervioso. Alguien con las mas ingenuas y nobles intenciones me presentó como “un cantautor al que le ha dado por escribir literatura” a lo que el escritor con parquedad y fiereza respondió: “ ¡ A nadie le da por escribir, se escribe y ya! Fue ahí que me abrazó con ternura y complicidad de padre. Recorrimos juntos las horas de su visita y ya al punto del almuerzo alguien me acercó una guitarra y le canté con voz trémula un par de mis canciones mas reconocidas, Pilar las recordaba de su época universitaria porque es mucho más joven, José las descubrió e intercambiamos los tres un diálogo que aligeró la sobremesa alrededor de la mala televisión que se consumía en todo el mundo entre otros temas mundanos o esenciales. Ya para ese momento nuestra relación se distendió y sellamos, entre risas y disparates, por supuesto los disparates siempre míos, algo parecido al candor de la amistad debutante. Lo acompañé más tarde a su charla con estudiantes y académicos en La Universidad de La Habana. Allí me atreví a invitarlos a cenar en casa la noche siguiente, para mi asombro aceptaron gustosos y sonrientes. 

 No recuerdo una mejor velada, convivimos Abel y Lily, el artista plástico Rancaño, el escritor Omar Valiño y Carmen Rosa entre otros amigos que mi memoria extravía y hablamos de literatura, viajes, política, revoluciones, España, Cuba y Portugal, volví a cantarles mientras les regalaba con pudor mi libro de cuentos iniciáticos. José me dijo parsimonioso: “Ahora veré como escribe, ya sé lo bien que canta y cuenta historias ¿por qué no me hace otras? “ y yo presto, con unos vinos de más y todas las ganas del mundo me embarqué en una letanía de hilarantes anécdotas que normalmente me dejan en franco ridículo mientras Pilar y él se desternillaban de la risa. Fueron pasando las horas y cerca de la medianoche, en el andén de las despedidas, le pedimos, mi amantísima esposa y yo, que nos firmara sus libros. Cuando se los extendimos esbozó una pícara sonrisa y exclamó por lo bajo, como para si mismo, “¡Están leídos Pilar, nada me gusta mas que firmar libros estropeados por la lectura!” Después de su partida y ambos en Madrid, nos escribimos apasionados correos sobre su libro “Las intermitencias de la muerte” quedamos en que me lo firmaría, no volvimos a vernos. 

 Si alguna vez revisito Lanzarote, llevaré el ejemplar por si una noche canaria, con la espuma besando los acantilados, mi amigo José, Saramago por siempre, decide, como Ramón Sijé reclamado por el gran Miguel, “volver a mi huerto y a mi higuera” y estampar en las jubilosas paginas del libro su rúbrica como ya lo hizo en mi corazón “que tenemos que hablar de muchas cosas compañero del alma, compañero”.


 Amaury Pérez, Ciudad de La Habana, 18 de junio de 2010