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martes, 10 de noviembre de 2020

Cosas que sólo le pasan a Amaury

Hace un año estábamos grabando la nueva versión del tema de presentación de mi programa de TV «Con 2 que se quieran» para su tercera temporada en los Estudios Abdala. Mi productora ejecutiva y asistente personal, Carmen Rosa Báez, se acercó y me dijo al oído: “En el lobby hay un grupo de empresarios mexicanos que se enteraron de que tú estás aquí y quieren verte para tomarse una foto contigo” a lo que respondí: “Por favor Carmen discúlpame con ellos porque no puedo abandonar la grabación ahora y además mira la facha que tengo” (Yo andaba vestido con un pullover gris roto y desteñido, unas bermudas, mis ineludibles tenis Converse y el cabello alborotao) Carmen Rosa salió del estudio y se los comunicó a los empresarios con tal gentileza que ellos manifestaron entendimiento. Pasaron un par de horas y tuve que abandonar el estudio para ir al baño; los mexicanos aún me esperaban, pero ya los había olvidado. Ahí se produjo el siguiente e inaudito diálogo entre nosotros:

Los mexicanos: ¡Señor, Señor ¿Es verdad que Amaury Pérez está en ese estudio?
Yo: (Confundido) ¡Sí, es verdad!
Los mexicanos: Por favor le podría decir que lo estamos esperando solo para tomarnos una foto.
Yo: (Más confundido) Eso es imposible porque está en un momento crítico de la grabación y no creo que pueda salir.
Los mexicanos: ¿Usted trabaja con él?
Yo: (Muy confundido) No, soy un pariente suyo.
Los mexicanos: ¿Es su padre?
Yo: (Totalmente confundido) No que va…yo soy…¡su abuelo!
Los mexicanos: Bueno señor pues gracias por atendernos y dígale a su nieto ¡Que México lo ama!

De vuelta al estudio, luego de contarles el insólito incidente a los músicos, solo agregé dubitativo y deprimido: ¡Coño! ¿Y cuándo habrá sido la última vez que esos mexicanos vieron a mi «nieto»?

Todos estallamos en una sonora carcajada.

AMAURY PÉREZ VIDAL

miércoles, 22 de abril de 2020

El General San Martín

(Para Jose Maria Vitier y familia que tanto la disfrutan) ésta la enconcontré entre mis cosas.

Por Amaury Pérez Vidal

Desde que tengo memoria como cantautor participo en las mal llamadas “actividades político-culturales”, que por suerte son cada vez menos, pues consumen tiempo y la resultante artística no vale la pena, normalmente. Las actividades son un pretexto para celebrar lo mismo un cumpleaños, que una efemérides, que una gesta libertadora, un funeral o cualquier otra cosa.

Alguien pronuncia unas palabras, un discurso, o varios, y después “como colofón, y para cerrar con broche de oro” el artista canta un tema o dos, alusivos o no al verdadero sentido de la actividad, y se acabó lo que se daba. A veces, según sea el pedigrí de los auspiciadores del “acto” —como también se le llama—, hay un brindis, discreto u opulento, y los participantes llegan, en medio de la comelata y bebedera, a olvidar de qué trató a lo que fueron convocados.

Un domingo, tarde en la noche —cerca de las doce—, hace unos diez años, después de haber tenido una fiesta en mi casa, ya solo, totalmente intoxicado de alcohol y puros, recogiendo como podía vasos y botellas vacías, recibí una intempestiva llamada telefónica. Dando traspiés salí al teléfono. Al otro lado de la línea alguien que se identificó como el “General San Martín” me invitaba al día siguiente a una actividad para celebrar un aniversario más del natalicio del Apóstol de Cuba José Martí. Toda vez que yo había grabado en 1978 un disco con una pequeña selección de su poesía, era normal que cada 28 de enero, o los 19 de mayo, día de su caída en combate, me invitaran a actividades, y martirizaran a los escuchas radiales poniendo mis canciones martianas una y otra vez. Únicamente esos días en todo el año, nunca jamás en los otros 363. Suficiente pensarían.

La actividad era nada más y nada menos que ¡a las ocho de la mañana!, dato que no advertí en mi etílico desenfado, porque de haberlo hecho tendría que haberle respondido al “General” que no era posible en absoluto.

Pero no lo hice, y he aquí que a las 7.00 a.m. estaba yo de pie, sacado a empellones de la cama por mi esposa que la noche anterior había sentenciado: “¡Te levantas y cumples con ese compromiso! ¡Quién te manda a decirle a alguien que irás a algo en el estado en que estás!” A punto de dormirme y mientras el cuarto todo giraba dentro de mis pocas neuronas activas, repliqué: “¿Y commmo le voy a decccir que nooo al “General San Martín”? Y ella ebria, pero de furia, no de bebidas espirituosas, me respondió: “¡Qué General San Martín ni qué ocho cuartos: era el Teniente Coronel Martín! El General San Martín se murió hace siglos!” (ella había escuchado el diálogo por el otro teléfono).

Con una resaca (cruda, para los mexicanos) que no permitía que caminara en línea recta, me monté en un carro militar y me llevaron a un sitio que es, o era, no sé, la sede del Departamento de Seguridad Personal adscrito a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias). Allí no me estaba esperando ni el Teniente Coronel Martín y ni siquiera el heroico fantasma del General sudamericano. Allá a lo lejos descubrí, mientras buscaba a alguien que me diera una señal de en qué consistiría el orden de la dichosa actividad, pues ya no lo recordaba, a un trío de ancianos con guayaberas y guitarras, e intuí que también formaban parte del elenco artístico tempranero. El nombre del trío no podía ser más desconcertante: Trío DDLF. Cuando les pregunté, en medio de mi malestar e intenso dolor de cabeza, qué significaban esas siglas, me contestaron risueños: “¡Trío Desmovilizados de Las FAR!” Vaya nombrecito, pensé, mientras miraba patidifuso el bisoñé de uno de aquellos entusiastas vejetes que estaban más fuertes y derechos que yo.

Después de las palabras de rigor, pronunciadas por un recluta de última adquisición, una empalagosa conductora presentó al trío que interpretó una angustiosa mezcla de la Guantanamera con un bolero profundamente antimartiano, ya que hablaba de bares, rones y cantinas, haciéndome recordar, nervioso, mi festiva noche anterior. Y entonces… ¡¡¡llegó mi momento!!! Me anunciaron como si fuera una atracción circense, el hombre elefante o la mujer barbuda, y más o menos logré llegar al escenario con cierto equilibrio y prestancia.

Pocos me aplaudieron: a las ocho de la mañana no muchos están dispuestos a mover las palmas por nada a no ser para matar mosquitos. Dentro de mi cerebro un ángel y un diablillo se enfrascaban en una delirante batalla. El ángel me decía: “Canta Amaury, termina y vete”. El diablillo insistía en que dijera unas palabras. Demás está decir que ganó el diablillo.

Comencé dándole al escaso público presente ¡las buenas noches!, lo que provocó algunas risitas burlonas. Acto seguido, en un malhadado intento de armonizar con el ambiente militar agregué: “¡Quizás los más jóvenes no sepan que yo he colaborado con los compañeros de la seguridad personal!” En ese momento noté una mirada de interrogación entre los militares allí reunidos, y dentro de mí pensaba: “¿En qué he colaborado, Dios mío?”, pero no alcanzaba a detenerme y les dije, ya totalmente fuera de juicio: “Ustedes se preguntarán: ¿en qué ha colaborado Amaury con nosotros? Pues les diré: cuando estamos en alguna actividad donde ustedes participan y me dicen que no puedo pasar por algún sitio, ¡yo no paso! ¡En eso consiste mi colaboración!”

Aquello provocó una carcajada demente y colectiva. Yo entonces inicié malamente los primeros acordes de mi canción “Acuérdate de abril” —que nada tenía que ver con el festivo aniversario del natalicio de Martí—, repitiendo, ante el desconcierto del exiguo auditorio, el mismo verso inicial una y otra vez por cuatro minutos, porque había olvidado la letra.

Al fin, me bajé apenado de la tarima de hormigón y desaparecí antes de que el Teniente Coronel Martín, en primera fila, pudiera hacerme comentario alguno.

“Hola, Amaury, soy tu amigo”

Por Amaury Pérez Vidal

Voy a contarles la historia de un chat singular, por no decir insólito, que tuve el otro día con un supuesto “amigo de los años”, como decimos los cubanos. En realidad era un muchacho que trabajó en la tramoya de algún teatro de La Habana donde ofrecí un concierto en los noventa, y que, aunque “compartimos” escenario por tres días, no podría considerarlo un “amigo de los años” como él se autodenominó.

El chat comenzó con un «Hola, Amaury, soy tu amigo fulano», a lo que yo respondí con otro saludo cordial. Después de eso comenzó a redactarme un cuestionario que por lo loco que resultó quisiera narrarles.

La primera pregunta fue la habitual, honesta y nada extraña para cualquiera que no sea un “amigo de los años”:


“¿Sigues viviendo en Cuba?”

Yo contesté: “No, ahora vivo en Nepal”.

El diálogo cibernético continuó así.

“¿Entonces ya no eres cristiano?”


“No, qué va, ahora sigo al Dalai Lama con el actor Richard Gere como parte de su corte”.


“¿Sigues casado con la misma esposa de antes?”.


“¡Para nada!” —fue mi respuesta—, ahora convivo con una tahitiana de ojos azules criadora de reptiles del Himalaya, que tiene apenas quince años”.


“¿Y sigues viendo a tus hijos?, porque recuerdo que los adorabas”.


“No, ya no los veo nunca. Los cambié por unas mascotas, dos elefantes desterrados de un circo errante francés, que quebró cuando la carpa donde se presentaban fue fulminada por un “rayo de nieve” en una cálida función de medianoche”.


“¿Y tus hermanos? Sabía que algunos trabajaban contigo”.


“Ellos ahora forman parte del equipo artístico de Rita Pavone, una joven bailarina exótica sudanesa”.


“¿Tus padres siguen vivos?”.


Y ahí, en el único momento de lucidez, le respondí que sí, que vivían en lo profundo de mi corazón.


Entonces “mi amigo de toda la vida» me puso en el chat una carita amarilla de esas de gozo y se esfumó como mismo apareció.

sábado, 22 de junio de 2019

La entrevista

La entrevista, de todos los géneros televisivos, es el más difícil, el sentido común juega un papel importante, la TV se hace para los televidentes no para establecer una conversación más propia de pasillos que de frente a las cámaras. Estoy notando que en nuestra TV se están violando sistemáticamente las reglas más elementales de la profesión. Si no tienes suficientes conocimientos sobre el sujeto a entrevistar tienes que contar con un elenco de guionistas de primera y la asesoría de un gran director. Lo otro es perder el tiempo y dejar insatisfechos a los espectadores.
He visto a conductores de programas de TV que al aire establecen un diálogo incomprensible con los técnicos del estudio o con la directora o director mientras el televidente se queda en babia y detrás se escuchan risas entre todos internamente. Lo señalo especialmente en un programa diario mañanero y en uno vespertino con igual frecuencia, pero me detendré en uno que vi anoche donde entrevistaron a una gloria deportiva nacional y universal; Javier Sotomayor. He aquí más o menos el diálogo que se suscitó entre el conductor titular y otra conductora invitada en algún momento después del insulso y reiterativo interrogatorio.
EL: Fulana ¿qué pregunta le hubieras hecho a Sotomayor que yo no le hice?
ELLA: ¡Ninguna, tú estuviste magnífico!!!!!, ¡pero sí hay una que me gustaría hacerle más no puede ser en cámara!
(ya en ese momento empecé a intrigarme por el “bombo” de la una al otro”)
EL: ¡Sí hazla! Repicó el conductor titular.
ELLA: ¡¡¡¡NOOOOO, es imposible!!!!
(Yo me decía si es imposible por qué proponer hacer la pregunta)
EL: A ver Fulana dímela al oído.
(Ella hizo el ademán de soplarle algo)
EL: ¡Ah NO, NO, NO, eso no se puede preguntar en televisión!!!!!! insístele después fuera de cámaras. (Ambos se carcajearon con malicia) Fin del insólito momento.
Este diálogo misterioso se extendió por casi dos minutos, dos minutos en televisión, para quienes no lo saben, puede resultar una eternidad con momentos como ese.
Al final nunca supimos de que iba la cosa, todo quedó entre El y Ella.

Amaury Pérez Vidal / 21 de Junio de 2013