lunes, 17 de junio de 2013

Una anécdota Newyorkina

Cuando vivía en Fontanar, un remedo tercermundista de Beverly Hills como lo calificó en su momento mi amigo Camilo Egaña, compartíamos, casa con casa, con una familia a quien siempre adoramos. Nuestros amiguitos de entonces, teníamos menos de diez años se llaman Richard y Jorge. Richard era contemporáneo conmigo y Jorgito con mi hermana Aimée es decir nos llevamos tres años de diferencia. Andábamos siempre juntos los cuatro.

Un terrible día nos enteramos que aquella venturosa familia había partido a los Estados Unidos. Por esa época nosotros, con ocho y cinco años no entendíamos de que trataba la ausencia, entonces no sabíamos que definitiva, de nuestros amados compañeros de juegos y descubrimientos. Con el paso de los años nos fuimos acostumbrando a que los que mas queríamos nunca regresarían y la vida siguió su curso hasta hace unas semanas.

Yo me preparaba para un íntimo concierto en el alto Manhattan y le había rogado a mi esposa que no me importunara nadie con llamadas telefónicas pues pretendía bañarme y relajarme un poco. Frente al hotel que ocupábamos habían colocado un poster de mi actuación, un poster pequeño pues las entradas no estaban a la venta ya que como dije era una actuación privada.

De repente y mientras me secaba sonó el teléfono, mi esposa contestó y me dijo: Dice que es un tal Jorgito amigo tuyo de la infancia. En un principio no lo recordé, pero como un rayo me vinieron a la mente mis dos queridos amigos de la niñez y le contesté nervioso y agitado que donde estaba. Ella me dijo que en el lobby del hotel. No lo podía creer ¿sería el mismo? ¿cuánto habría cambiado? ahora debe tener cincuenta y cinco o cincuenta y seis años, hace siglos que no nos vemos ni comunicamos, en fin mi cabeza se puso a dar vueltas mientras me vestía con la rapidez de un demente. Bajé las escaleras, mi impaciencia no me permitió esperar el ascensor.

Me lo encontré, es un hombre alto, aún de cabello negro, algo pasado de peso, pero con la misma sonrisa que creí extraviada en los recovecos de mi memoria. Nos fundimos en un largo abrazo, me dijo que siempre, desde que partieron de Cuba había vivido en New Jersey, que sus padres aún vivían, que tenían un negocio de joyería y que les iba bien. El no sabía ni que yo cantaba, me confesó que estaba por esa zona y se encontró con el poster e imaginó que aquel Amaury Pérez era el mismo de Fontanar. Como yo no disponía de mucho tiempo le pregunté por Richard su hermano. Agarró el celular, marcó su número y excitado le preguntó: ¿A que no adivinas a quien tengo en la línea? y fue entonces que me pasó el celular. Richard soy Amaurito, yo apenas podía modular la voz de lo nervioso y emocionado que estaba. Richard hizo un silencio profundo, respiró y solo acertó a decirme: ¿Te acuerdas cuando me tiraste una flecha y se me clavó si me dices donde entonces sí eres tú? en la frente le respondí. Los gritos de alegría se escucharon por todo el alto Manhattan. Conversamos de prisa sobre temas varios, mi carrera, la suya, sus padres, los míos, nuestras familias, los amigos comunes cuyos nombres aún recordaba y Fontanar nuestro planeta.

De repente me preguntó que si me había casado le dije que dos veces, el agregó, igual que yo. ¿y tienes hijos? Sí fue mi respuesta, igual que yo afirmó él ¿cuántos? Me insistió. Dos, un varón y una hembra. Coño me dijo, yo también. ¿y como se llaman? Alan y Ariana le respondí y tomando la iniciativa le pregunté ¿y a los tuyos como les pusiste? entonces el silencio se convirtió en una espada y con voz temblorosa me contestó: Los míos se llaman Amaury y Aimée. El celular se me cayó de las manos, los ojos se me cuajaron de lágrimas y salí, sin despedirme de Jorgito hacía donde me esperaba el carro que me llevaría a la actuación.
 
Mientras cantaba no podía dejar de pensar que esas cosas solo ocurren en New York y en que el olvido no existe si algo aún palpita en lo profundo de aquellos recuerdos que creímos perdidos. Después nos vimos pero esa es otra historia.


AMAURY PÉREZ VIDAL / 26 DE NOVIEMBRE DE 2012


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